viernes, 2 de febrero de 2007

2 de febrero. Mirar a lo lejos

Siempre me ha resultado más cómodo mirar hacia los otros y amonestarles que observarme críticamente en el espejo y responderme a preguntas básicas.

Cierto que lo acontecido con mi prójimo, amigo o enemigo, fuera de mi propia casa, en un país vecino o en los lugares más apartados del planeta, me ha acercado a la humanidad. Pero sólo lo que me halaga y deleita, es aceptado con gusto, mientras que, directa o indirectamente, evito todo cuanto me resulta desagradable. Las fronteras de mis instintos están, de esta manera, perfectamente delimitadas y no permiten que, bajo este prisma epicúreo, sean rebasadas porque todo me resulta, así, más cómodo.

Curiosamente, cuanto más miro hacia fuera, lejos de mí mismo, más me doy cuenta de mi insignificancia, de mi conglomerado de defectos, de mi propia condición humana. Hasta el punto de preguntarme si no será ésta la manera de reencontrarme porque mirar a lo lejos, preocuparme por los problemas de quienes viven en las antípodas, me acerca más a mí mismo. De hecho, cada vez que he vuelto de un largo viaje, he pasado cierto tiempo de paz y me ha parecido que aceptaba mejor mis propias miserias y mi propia condición humana.

Pero ¿por qué ahora que ya no viajo ni me desplazo hacia el exterior, ahora que he dejado de mostrar en el espejo de la prensa los problemas del hombre que me rodea y que comienzo a conocer a fondo mis miserias y desesperanzas, ahora que me siento tan cerca de mí mismo, me da la impresión de que me cuesta más aceptarme tal como soy?