lunes, 16 de abril de 2007

16 de abril. La bestia negra.

Por lo visto, mi libro “Memorias en La Mayor” no consigue convencer a los editores a los que ya he recurrido, habiéndose convertido en la bestia negra de este frustrado escritor. Todos me agradecen el envío del manuscrito –ninguno de ellos lo rechaza tajantemente–, pero me lo devuelven, añadiendo una excusa parecida: “Tras haberlo estudiado atentamente, y a pesar de las cualidades como el relato de la vida del protagonista y del rigor histórico que se observa en la obra, no estamos interesados en su publicación”. Los hay que se lamentan, “pese al indudable interés del tema y planteamiento” o dicen sentir que la obra no pueda entrar en sus colecciones de ensayo… De esta manera, presentan sus disculpas y pretextos para no publicarlo. Pero no pierdo por ello las esperanzas. Me consuelo pensando en lo que les sucedió a otros autores antes de ser conocidos y famosos por sus obras. Ya sé que ni soy una cosa ni la otra, pero tampoco ellos lo eran al principio, en el momento de ser rechazados, ni pretendían otro objetivo que el que se reconociera su obra.

En “Memorias en La Mayor”, resumo la historia del siglo que acabamos de pasar al ritmo y al compás de un músico danés, Peter Utmöller, hijo de un nazi, que conoció y vivió el nazismo con toda clase de detalles y señales durante su infancia, así como su derrota en plena juventud. Se trata de un libro a mitad de camino entre la biografía y el ensayo histórico. La obra comienza en Dinamarca, con la conquista nazi del poder, se desarrolla y extiende con la ocupación, con el intento de conquista del mundo entero, y se repliega y adapta a la geografía sudamericana tras la derrota hitleriana.

La experiencia de Peter en Europa durante y después de la Segunda Guerra Mundial, así como en la Argentina, en donde vivió durante años, antes de regresar a España, le permitió conocer a fondo el problema del nazismo así como su inmigración en Sudamérica. Le traté como músico en la Orquesta de la Universidad Autónoma de Madrid en la que, en su tiempo, ambos participamos hasta que dejamos de ir. Nuestra afición e interés común por la música nos asoció por encima de las opiniones y convicciones de cada uno.

Cambiar de ideas, cuando se superan los cincuenta años –y él superaba ya los setenta–, es más difícil que cambiar de personalidad. A esta edad, más que la propia ideología lo más importante es el respeto por los demás y el no intentar imponer tus propios criterios. Y, al menos en esto estábamos de acuerdo, además del tiempo perdido o ganado en la música.

1 comentario:

Antonio Piera dijo...

Ánimo, Santiago, que ya parece que sales del agujero, aunque sea para constatar ese otro, el de los editores a la caza y captura del éxito de ventas. Insiste, es nuestro sino.
Abrazos,