viernes, 27 de julio de 2007

27 de julio. Vivir aislado.


Definitivamente, debo reconocerlo: vivir aislado, apático por los falsos valores de este mundo, desentendido del último momento periodístico, es la mejor manera de comprender a los demás. Ya lo manifestó Paul Auster en “La invención de la soledad”, tras la muerte de su padre. Se trata de una de las reflexiones más lúcidas sobre la capacidad y la necesidad que tiene el escritor de estar solo: (…) ”Lo asombroso es que, cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de soledad, es cuando deja de estar solo y comienza a sentir su vínculo con los demás”. Mi aparente aislamiento me conecta mejor con el mundo y mi fingido desinterés por los acontecimientos sociales me une a mis semejantes. Ambos estados me ponen en guardia contra ese mundo insolidario y miserable, sucio y egoísta, que sigue gimiendo en una esquina mientras, desde otra, no deja de pedir muestras de solidaridad.

Pero, por más que lo intente, no logro limitarme a cincelar mi espíritu que intenta acercarse a cualquier acontecimiento que me rodea. Sé que ahondar en ellos, escribir y tratar de comprenderlos desde mi soledad, ahora que me han obligado a cortar toda relación con la prensa, es un ejerecicio inútil pero no del todo desesperado. Me quedan esas notas en negro sobre blanco, como testimonio personal en medio de un torrente de hechos y de sucesos que me mantinen desvelado. Debo escribirlas como prueba de que sigo creyendo en la palabra escrita. Es la única opción que me queda.

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