lunes, 26 de mayo de 2008

26 de mayo. Sarkozy, el presidente francés, ha tocado fondo.

Sarkozi, hablando de la política de empleo y haciendo un curioso gesto con los dedos de su mano derecha.


Sarkozy y Bruni, muertos de risa. ¿Será el chiste tan bueno? ¿Será el panorama galo ante sus carantoñas? ¿Qué será, será?

El filósofo y escritor Fernando Savater sostiene que Nicolás Sarkozy es un "producto de Mayo del 68” que no puede extirpar las huellas de aquella revolución, por mucho que el presidente francés lo critique y se haya empeñado en enterrarlo definitivamente. Lo dijo en la presentación del libro “Mayo 68. Por la subversión permanente”, del filósofo André Gluscksmann, quien participara como militante maoísta en estos acontecimientos, y de su hijo, Raphael. El filósofo francés sostiene que Chacón, ministra española de Defensa, embarazada, simboliza el “Mayo” de 2008.

Sarkozy llegó hace un año a la presidencia francesa gracias a un amplio respaldo de un 53 por ciento de votantes. Durante la primavera y el verano de 2007, su popularidad creció hasta alcanzar el 70 por ciento. Sin embargo, cuando acaba de cumplir doce meses en el Elíseo, el saldo es decepcionante. Constante fue su línea de conservador más que de liberal, así como sus simpatías personales y sus semejanzas en el discurso mantenido por Aznar, Berlusconi, Merkel o George W. Bush, imponiendo mano dura contra el desorden. Sarkozy ha intentado, en alguna ocasión, desacreditar el laicismo y la escuela republicana, reafirmando la superioridad de la fe sobre la razón, cuando es evidente que la República no ha necesitado de los creyentes para existir sino de ciudadanos iguales. Para colmo, su obstinación bonapartista en levantar la gran nación francesa ha tocado fondo. Y, del cielo, ha bajado a los infiernos. Una de las últimas encuestas le otorga apenas un 36 por ciento, el nivel más bajo de todos los presidentes de la V República.

La táctica empleada de servirse de la prensa para que hablen constantemente de sus aciertos, ha terminado por rebelarse. El presidente pretende que su actual mala imagen se debe justamente a esa prensa porque estar contra él la hace vender. “La prensa no me ayuda”, se ha quejado a los diputados de la mayoría en una reciente reunión a puerta cerrada. Sin embargo, siempre se aprovechó de ella mientras pudo, para convertirla en su aliada. Y su figura, retocada a veces para ocultar lo que no le interesaba, ha alcanzado un récord de portadas y páginas enteras cada vez que le ha convenido. Basta recordar cómo los ciudadanos franceses se enteraron de sus nuevas relaciones sentimentales con Carla Bruni, mientras apenas se hablaba de los indicadores fiscales, económicos y sociales que tocaban fondo.

Ya lo advertía Dominique de Villepin, ex primer ministro y gran rival de Sarkozy cuando, a final del año pasado, lanzaba un ataque contra el presidente francés, invitándole a no confundir “el poder con la gloria” y a “volver a ver la pieza teatral de Molière, el burgués gentilhombre”. Entre sus críticas, Villepin aseguraba que “no se hace avanzar el país cuando uno está rodeado de aduladores y cortesanos”, porque “el espíritu de corte” es “un virus peligroso”. Y la izquierda le acusó de practicar la política del “golpe de efecto permanente”.

Hoy, un 65 por ciento de los franceses considera que Sarkozy no ha cumplido las promesas electorales por las que le eligieron; un 50 por ciento le cree poco creíble; un 48 por ciento está convencido de que, con él, la situación económica se ha deteriorado; y un 80 por ciento, de que ha hablado demasiado de su vida privada. De nada sirven ya las excusas presentadas ni el reconocimiento de sus errores ante las cámaras de televisión. La máquina mediática se ha vuelto contra él mismo. Una televisión y una prensa que aireó tanto sus virtudes como sus fallos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin embargo, su propuesta de liberar de fiscalidad el precio de los carburantes parece una buena idea.
chiflos.

Anónimo dijo...

Veremos si la UE acepta su "reflexión". Apuesto a que no sólo no logra convencer al resto de Europa, sino que la mayoría no le hace ni puñetero caso.

Santiago Miró