domingo, 23 de enero de 2011

Túnez: Se fue el dictador. Pero ¿se quedará la dictadura?


La conocida República Tunecina, limita con Libia, Argelia y el Mediterráneo.

En un desesperado intento por salvar su poder, el Gobierno argelino, anunciaba el 12 de enero de este año que Ben Ali no volvería a presentarse en las elecciones de 2014. Lo que logró parar las manifestaciones y los argelinos continuaron manifestándose. Luego, se dijo que el Presidente había destituido a todo el Gobierno y convocado elecciones dentro de los próximos seis meses. Pero el pueblo siguió manifestándose y concentrándose frente a la sede del Ministerio del Interior, exigiendo la caída del Gobierno, al grito de “Ben Ali, asesino”. Los duros enfrentamientos con gases lacrimógenos y disparos reales de la Policía registraron varias docenas de muertos y la resistencia no cedía. Entre las fuerzas militares, comenzó a generarse la desconfianza en el Gobierno. En cualquier momento, éstas podían darle la espalda y ponerse del lado del pueblo, lo que hubiera supuesto el final definitivo de la dictadura. Y antes de que sucediera, el 14 de enero, el dictador se rindió y abandonó el país. Las televisiones tunecinas emitieron imágenes en las que los manifestantes, tras conocer la noticia de la huida del dictador, abrazaban a los soldados. Todo apuntaba a que, efectivamente, el Ejército había forzado al dictador a que saliera del país.


El primer ministro Mohamed Ghannouchi (en el centro) flanqueado por Abdallah Kallel (a la izquierda), presidente de la Cámara Alta del Parlamento, y Fouad Mebazaa (a la derecha).


Tres fueron los políticos que comparecieron ante la televisión tunecina, en donde anunciaron que Ben Ali había abandonado Túnez y que ellos se hacían cargo temporalmente del poder: Ghannuchi, Fouad Mebazaaa y Abdaká Kallel. Quien fuera primer ministro, se proclamó presidente en funciones. Estaba tan vinculado al presidente huido, a sus acciones en las últimas semanas y a su régimen, que los tunecinos le llamaban “Monsieur Oui Oui” (Señor Sí Sí), porque siempre decía que sí a Ben Ali. El cargo sólo le duró un día, porque al día siguiente era Fouad Mebazaaa quien era nombrado por el Consejo Constitucional Presidente interino en su condición de presidente del Parlamento y debido a la falta absoluta del Presidente titular. Después de jurar su cargo en el Parlamento, del que fue presidente desde 1997, dio comienzo a la transición hacia la democracia, asegurando que ningún ciudadano tunecino sería excluido del proceso político. El tercero de la foto es Abdalá Kallel, el presidente de la Cámara Alta del Parlamento desde su creación en 2005. Según el periódico francés “Le Monde”, organizaciones de derechos humanos le acusan de haber torturado a los opositores cuando fue ministro del Interior en los años noventa.


El Presidente interino de Túnez, Fouad Mebazaa.


“Se fue el dictador y se quedó la dictadura” –se quejan los tunecinos de la calle mientras el presidente, Fouad Mebazaa, o el primer ministro, Mohamed Ghannuchi no dejan de asomarse en la pequeña pantalla haciendo promesas para ganarse a la población– El pueblo no les cree y lanza un reto: “Basta ya. Todos los miembros del antiguo régimen tienen que irse del Gobierno”. Mebazaa advierte: “Todos queremos una ruptura total con el pasado. La separación de los partidos y el Estado será la prioridad del Ejecutivo”. Pero la mayoría de los once millones de tunecinos ya no acepta sus promesas mientras una docena de ministros de la RCD (Reagrupación Constitucional Democrático), partido oficial que ha regido despóticamente el país, permanece en sus cargos oficiales. Mebazaa insiste en alabar “la noble revuelta popular de los tunecinos” y habla de las profundas reformas. “El Estado está con vosotros, estamos reformando todo y la voluntad del pueblo está siendo respetada”. La misma RCD anuncia que expulsa de sus filas al déspota afincado ahora en Arabia Saudí, a dos de sus principales consejeros y a otros miembros de la familia de Lila Trabelsi, la esposa de Ben Alí. La Fiscalía informa que investigará la corrupción hasta sus últimas consecuencias y asegura que 33 parientes de Ben Alí han sido detenidos por “crímenes contra Túnez”. Y, para dar más fuerzas a sus palabras, Mebazaa comienza a liberar a los presos políticos, permite que la mayoría de los exiliados regresen y asegura su ruptura total con el pasado de Ben Alí. Pero el pueblo –¡helàs!– sigue sin creerle. Quiere otro ejecutivo no manchado por el pasado y lo exige voz en grito en plena calle. “Si esta situación continúa con un gobierno construido sobre la base de la antigua dictadura –advierte Moncef Mazouki, un histórico opositor recién llegado de su exilio– las manifestaciones en la calle seguirán, y lo que deseo es que la estabilidad regrese a Túnez lo antes posible”. Y lo primero que hace Mazouki es visitar la tumba de Mohamed Bouazici, el joven que, a los 26 años, se quemara vivo en Sidi Buazid, prendiendo la mecha de la revuelta civil.


Con sus protestas, los tunecinos quieren acabar con la dictadura.


Fouad Mebazaa, presidente interino, trata de sacar al Gobierno de unidad nacional del callejón sin salida al que le condujo la dimisión de tres ministros del sindicato Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) y de uno de los líderes de la oposición legal del país. Estos denuncian que la vieja guardia del dictador sigue teniendo las llaves del poder. Abid al Briki, líder de la UGTT, declara que los sindicalistas no formarán parte del nuevo Ejecutivo en “respuesta a las demandas del pueblo en las calles” y en protesta por la permanencia en el Gobierno de varios miembros del RCD, el partido del derrotado presidente Ben Alí. De nuevo, Mebazaa se dirige por televisión a los tunecinos, comprometiéndose a que “el Gobierno de transición romperá totalmente con el pasado” y garantizando que el nuevo Ejecutivo separará el Estado del partido RCD. Promete buscar el dinero que el tirano se llevó al extranjero. El día anterior, los manifestantes gritaron hasta quedarse sin aliento consignas contra el partido en la avenida Habib Burguiba de Túnez. Pero, por primera vez, los antidisturbios no llenan las calles de gas lacrimógeno. Y se limitan a montar un cordón policial. Los gobernantes han comprendido al fin, tras 23años de represión, que la violencia policial no suma a su favor.


Tras 23 años de autocracia y un mes de protestas, la “rana” Ben Alí saltó de Túnez para afincarse en Arabia Saudi.


El Gobierno trata de mostrar una ruptura “total” con la dictadura de Ben Alí y anuncia la apertura de una investigación a él y a toda su familia por la “adquisición ilegal de bienes y depósitos financieros ilícitos en el extranjero”. Suiza, por su parte, decide congelar todos los fondos y propiedades que el dictador y 40 de sus familiares tienen en el país helvético, para evitar que el dinero pueda ser retirado. El Gobierno tunecino mide sus pasos para no enfurecer más a la población y ordena que el metro y el autobús sean por unos días gratis. La promesa de paz ha permitido el retraso del toque de queda hasta las ocho de la noche. Y, marginado por Ben Alí, quien prefirió cuadruplicar el número de policías, más de acuerdo con su línea represiva, el Ejército, compuesto sólo por 35.000 hombres, permanece en segundo plano. La imagen de unas flores adornando el cañón de uno de los dos carros de combate recuerda la Revolución de los Claveles de Portugal.


Los mismos tunecinos adornan el tubo del fusil de los soldados con una flor roja. Muy pocos ignoran que el general Rachid Anmar se negó a que sus hombres dispararan contra la población durante las protestas. Destituido de su puesto, le dijo al dictador que estaba acabado. Y, cuando el número de muertos se acercaba al centenar, Ben Alí y su familia, sin el apoyo de sus militares, salieron del país en un avión rumbo a Arabia Saudí, llevándose con ellos 1’5 toneladas de oro. El general Anmar fue repuesto en su cargo. Su negativa de abrir fuego contra los manifestantes había sido decisivo. Desplegado en la capital del país para controlar los disturbios y saqueos, el Ejército había rechazado participar en la represión –que ha corrido a cargo de la Policía y de la Gendarmería– y su papel, del que se conoce poco hasta ahora, será clave ante el vacío de poder. Su presencia en la calle sin inmiscuirse en los asuntos políticos, es respetada. Pero se desconoce, por el momento, si han surgido divisiones como consecuencia de los últimos eventos.


Bel Alí y su esposa, Leila Trabelsi, huyeron de Túnez llevándose,según diversas fuentes, 1,5 toneladas de oro.


El mismo miércoles, el Gobierno suizo anuncia la congelación de los bienes del ex presidente tunecino, Zine al Abidine Ben Ali y de sus familiares, así como los del presidente saliente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo. “Estas medidas –prescisa Micheline Calmy-Rey, ministra de Exteriores helvética– buscan animar a que estos dos países presenten demandas de cooperación judicial en materia penal”. Calmy-Rey considera “muy poco probable que se hayan transferido fondos en los últimos días” puesto que los intermediarios financieros tienen un deber de diligencia en la materia. Ahora deberán buscar si existen fondos pertenecientes a Ben Alí y Gbagbo e informar al Gobierno suizo, aunque los “indicios” apuntan a que sí existirían. La Justicia de Túnez abre una investigación contra el dictador y su familia por “adquisición ilegal de bienes” y por “depósitos financieros ilícitos en el extranjero”, según anuncia la agencia oficial tunecina TAP. Se anuncia asimismo que el procedimiento judicial se emprenderá contra Ben Alí, su esposa Leila Trabelsi y los “hermanos y yernos” de ésta última. La televisión estatal señala, por su parte, que “todos los hermanos, hermanas y sobrinos” de Leila Trabelsi estarán incluidos en la investigación judicial y que ésta permitirá a la Justicia establecer una lista de todos los bienes de los afectados, “que podrán ser expropiados”. El clan de la familia Trabelsi es especialmente odiado por los tunecinos. La riqueza personal de la pareja Ben Alí habría acumulado durante sus 23 años en el poder unos cinco mil millones de euros en cuentas bancarias en el extranjero o invertidos en bienes raíces. Ella es el origen de una corrupción cuyos principales beneficiarios son los miembros de su propia familia, considerados por los servicios de la embajada americana como “el clan quasi mafioso”.


Dos niños juegan cerca de un muro en el que aparecen tachadas las siglas de FDC, partido del ex presidente Ben Alí.


A mediados de la semana pasado, el presidente interino del país, Fuad Mebazaa, y el primer ministro, Mohamed Ghanuchi, anuncian la salida del partido de Ben Alí, la RCD, que llegó a contar con dos millones de afiliados. Ben Alí es expulsado de ella juntamente con seis de sus colaboradores más cercanos, incluido el cuñado y el yerno del dictador. El gesto no convence a los tunecinos que recuerdan que la RCD ha cambiado dos veces de nombre desde 1956, siempre con la intención engañosa de aparentar cambio. Los nombres que despiertan reticencias son los “manchados por la corrupción, la represión o ligados a la mafia del anterior régimen”, según explica un miembro de la UGTT. En la lista sobresale Kamel Merjane, ministro de Asuntos Exteriores que hasta ahora era recibido con alfombra roja por todos los países, incluida España, que ahora se hacen cruces pidiendo la democracia en Túnez. El ministro de Interior, Ahmed Friaa, con menos de una semana en el cargo, anuncia en la noche del lunes que 78 personas han fallecido en las revueltas, aludiendo a ellas como “los muertos”. En la calle, la gente los llama “nuestros mártires” y la UGTT quiere que pida disculpas también por haber acusado a los manifestantes de los actos vandálicos. Un grupo de hombres se concentra en la avenida de la Libertad, con carteles que rezan: “RCD, vete al infierno”. Sami Bensalah, un ex preso político que, tras pasar cinco años en la cárcel “por sus ideas”, sólo encontró un carné de parado al recuperar la libertad, explica que los partidos que han aceptado entrar en el Gobierno “han traicionado al pueblo”. El líder opositor, Moncef Marzuki, llega del exilio y llama a sentar a Ben Alí en el banquillo.


Dominique Strauss-Khan, director gerente del Cambio Monetario Internacional.


Los gobiernos europeos conocían al dedillo los entresijos de esa cleptocracia (patente en las filtraciones de Wikileaks), pero no sólo toleraron conscientemente el expolio de todo un país, sino que alabaron una y otra vez ese régimen dictatorial como modélico aliado fiel y socio preferente de la UE. Dominique Strauss-Khan, director general del FMI, acudió a Túnez para proclamar que “la política económica del presidente Ben Alí era sana y un buen ejemplo a seguir”. Más aún, “el juicio del FMI sobre la política tunecina es muy positivo”, comentaba sólo cinco meses después de los disturbios del hambre que sacudieron el país en 2008.


Ese mismo año, José María Aznar, ex presidente del Gobierno español, puso a Túnez como “ejemplo de progreso y apertura en el mundo árabe”. Lo dijo en un simposio en el que fue invitado por las autoridades de aquel país. Y afirmó trabajar por una “Alianza de los Civilizados”, de “valores comunes deseables para todos”. Fue en el XX Symposium Internacional cuando, en el discurso sobre ’La participation politique dans un monde en mutation’, afirmaba estar a favor de “valores esenciales que nos unen” y atacaba “el fundamentalismo y al relativismo” para reivindicar con fuerza “lo que es la civilización”. Puso como ejemplo a España, país que pasó de estar “cerrado y con miedo” a convertirse en “una democracia abierta a la sociedad y al mundo”.


El comandante de vuelo, Mohamed Ben Kilani.


El mismo día en que Ben Alí desaparecía de Túnez un avión de Tunis Air 750 estaba preparado para despegar con 103 pasajeros rumbo a Lyon (Francia). Todo estaba a punto pero al comandante, Mohamed Ben Kilani, no le llegaba la autorización para hacerlo. “La torre de control me pidió por radio que tuviera paciencia, que debía esperar el embarque de cinco nuevos pasajeros y que se trataba de una orden –cuenta Ben Kilani en el “País”–. Me dejaron claro que debía acatarla. Sospeché de inmediato que se trataba de miembros de la familia de Leila Trabelsi. Solían subir a los aviones en el último momento y les traía un pequeño autobús desde la sala de autoridades. Un empleado de la compañía me lo confirmó poco después”. Varias webs informativas tunecinas indicaban que se trataba de dos hermanos de la mujer del presidente acompañados de sus respectivas esposas. “De sopetón, empezaron a desfilar por mi cabeza las imágenes de los acontecimientos de los últimos días. Me acordé de las madres enlutadas porque sus hijos habían muerto, de la tortura que muchos compatriotas habían padecido. Aunque a mí la familia Trabelsi no me causó ningún daño, conozco a gente que ha sido víctima de sus abusos, de sus atropellos. Pensé que no podía ser el transportista de unos criminales, que no era ese el papel de un piloto civil. Y decidí volver la espalda a la petición de esperarles”.


El comandante explicó lo sucedido a los pasajeros y sus palabras fueron recibidas con una salva de aplausos. Y, pese a su rechazo a recibirles, la torre de control permitió despegar a Ben Kilani. Cuando regresó a Túnez, al día siguiente, ya era un héroe con el que los jóvenes querían fotografiarse. Su página en Facebook cuenta ya con más de 10.000 seguidores y numerosos internautas piden que se bautice con su nombre una calle de la capital. El comandante no se siente ningún héroe.”Los héroes –alega– son los que se echaron a las calles, arriesgando sus vidas para tumbar al régimen. Yo no participé en ninguna de esas manifestaciones, pero sí quise aportar mi granito de arena a la revolución el 14 de enero. Cumplí con mi deber de ciudadano. Si los hubiese aceptado a bordo, me habría comportado como un traidor a mi patria. Además, el primer deber de un comandante es garantizar la seguridad a bordo. ¿Quién me podía asegurar que, con los ánimos tan encrespados, no se iba a producir algún incidente a bordo entre la familia Trabelsi y los pasajeros?”. Una hora después del frustrado embarque de los Trabelsi, el Ejército tomó el control del aeropuerto y cerró el espacio aéreo de Túnez excepto para el avión que, a las 18.15, trasladó a Ben Ali y a sus más inmediatos familiares hasta Yeda (Arabia Saudí).


Manifestantes contra el enriquecimiento ilícito de Ben Alí.

Nueve días después de la huida de Ben Alí, las cosas están cambiando en Túnez pese a que Ghanuchi sigue en su puesto. La detestada policía casi ha desaparecido de ciudades y pueblos, hay un acuerdo sobre un proyecto de amnistía, se han legalizado algunos partidos y todos están en vías de ser reconocidos, se están excarcelando a los presos políticos, se ha prohibido la censura, se han incautado todas las propiedades de la familia Zine el Abidine Ben Alí, apodado por muchos como Zinechot… El lunes próximo, se reabrirán las universidades, escuelas y competiciones deportivas, cerradas desde el 11 de enero. Pero los tunecinos quieren más. Y exigen lo esencial, que se esfumen del Ejecutivo los ministros que pertenecieron al RCD, que éste desaparezca definitivamente, que Ghanuchi se marche del Gobierno, que todos tengan las mismas condiciones.


Hasta la Policía se manifestaba ayer contra la dictadura de Ben Alí, pidiendo mejoras salariales.

Hasta la Policía se manifestaba ayer contra contra la dictadura de Ben Alí, pidiendo mejoras salariales. “Cuando utilizábamos gas lacrimógeno contra los manifestantes –dicen ahora, asegurando que están con el pueblo–, cumplíamos órdenes de arriba”. Piden que se haga limpieza en el ministerio del Interior. Acusan a los altos cargos del cuerpo de corrupción y aseguran que son falsas las acusaciones que apuntan a que fueron ellos quienes acabaron con los cerca de cien tunecinos que murieron en las protestas populares, o bien en los enfrentamientos tras la huida de Ben Ali. “Quienes mataron a la gente fueron los hombres de la guardia presidencial del dictador, no nosotros. Nosotros formamos parte del pueblo”… Las espadas siguen en alto y nadie sabe cómo terminará todo: las protestas populares, la situación política, la actividad de la bolsa…


Mientras tanto, del otro lado del Mediterráneo, la luna se posa en la noche sobre los partenones atenienses. Y en el Occidente, sigue el humor brillando por todo lo alto: humor celestial, de Medina, de Franchuñan, de Flautincito y de J. R. Mora.







Manel Fontdevila presenta su humor: Es intolerable, la Convención, Transparencia, Juego y Solos.






Territorio Vergara muestra el suyo: La convención, Plurilinguismo en el Senado, En la fase anterior, Testimonio y Total, ya puestos…






Y Pep Roig nos dibuja, tiritando de frío desde su isla: ¡Brrrrrrr!, Colaboración, Círculo vicioso, Cooperantes y España va bien.






Les dejamos con dos videos. El primero, de AfroCubism que retoma el proyecto que originó Buena Vista Social. Surgió por accidente, en 1996, cuando se esperaba en Cuba a un grupo de africanos que nunca llegaron a la isla. Elíades Ochoa, con su voz y su guitarra, Toumani Diabaté, Bassekou Douyaté y el guitarrista Djelimady Tounkara, son considerados como algunos de los mejores instrumentistas del mundo. Nunca antes habían tocado juntos pero, una vez que empezaron a hacerlo, la músico salió y empezó a fluir.

Y el segundo, sobre una canción cubana “Guantanamera”, cantada por los Sabandejos. Que los disfruten.

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