jueves, 12 de mayo de 2011

Candidatos a pulso.

Rafael Fariñas y Juan Miguel Callado se conocen desde hace más de 25 años. Son vecinos, amigos y desde hace unos meses, también, rivales políticos. El primero forma parte del PP y el segundo, del PSOE. Ambos son candidatos a la alcaldía en Belvis del Jarama, un pueblo chico de 307 habitantes a 40 kilómetros de Madrid. En realidad, tenían que ser tres, pero un error burocrático impidió la publicación de la candidata de IU, actual alcaldesa, María del Carmen Ramos, en el BO de la Comunidad de Madrid. Y, aunque la formación pidió amparo ante el Tribunal Constitucional, éste no se pronunció a tiempo para que Ramos pudiera concurrir a los comicios. De manera que los habitantes de este municipio votarán entre uno u otro candidato masculino, aunque muchos deseen hacerlo por la candidata femenina.

Nacido en Belvis, Rafael Fariñas lleva 24 años dedicado a la política local (primero fue en la Agrupación Independiente de Paracuellos del Jarama ya ahora en el PP), y se ha presentado cuatro veces a los comicios. Juan Callado, llegó al pueblo hace 21 años, es carpintero y encabeza por primera vez una lista. Y, aunque no lleva ni un año en el partido, siempre ha sido “simpatizante socialista”. Pero, lejos de enfrentarse el uno con el otro por su pueblo, ambos se lo toman con calma, primando una supuesta amistad sobre una descarnada competencia. De momento, a ninguno de los dos se les ha ocurrido imitar a los grandes partidos con las habituales disputas y ataques personales y la confrontación apenas existe entre ambos. Fariñas y Callao coinciden en casi todo, a pesar de la diferencia de signo político, y comparten la mayoría de propuestas que conforman su programa: arreglar el pueblo que está un poco descuidado, negociar con el Ministerio de Fomento una solución para el tema del ruido –los aviones que llegan a Barajas interrumpen varias veces el silencio– y aumentar la presencia de Belvis en el mapa. Fariñas añade también la voluntad de crear industria en la localidad mientras Callado muestra su aprobación y asiente con la cabeza.

La campaña en este pequeño pueblo no ha alterado la relación cordial entre ambos. Conocen a todo el mundo y, en lugar de dar multitudinarios mítines o enviar el programa por correo, lo reparten casa por casa y sólo se hablan elevando la voz cuando los aviones impiden hacerlo con el tono que quisieran tener. Los habitantes les abordan indistintamente, les cuentan sus problemas, les piden soluciones, y ellos, indistintamente, les escuchan y atienden. Buscan un punto de encuentro y no se critican mutuamente. La proximidad les obliga a “implicarse más en las necesidades de la gente”. Y, quien salga elegido no cambiará el modo de abordar el presupuesto anual, de 238.000 euros. De modo que algunos que no entienden ese modo de comportarse políticamente, critican su falta de competitividad y su diferencia con lo que hacen los grandes partidos en el resto de España. Aunque otros los prefieren así, sin insultos, sin actuaciones teatrales, sin grandes pulsos. A lo sumo, mantienen el pulso mientras Luis Sevillano les hace la fotografía, y, tras haber contentado al fotógrafo, se despiden, deseando el uno al otro lo mejor. Un ejemplo para los grandes que persiguen la aniquilación de sus contrincantes.

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