jueves, 15 de marzo de 2018

Caso Gabriel: el escorpión y la rana o la televisión como pozo sin fondo.



“Nos hemos despertado –escribe Javier Gallego en Diairocrítico, bajo el título ‘Las pirañas se comen el pecaíto’– con un banquete de pirañas que se alimentan de los restos de la noticia, afilan sus dientes con los huesos del cadáver, vomitan tinta amarilla, piden más violencia para calmar su sed de venganza y aprovechan para morder al enemigo y sacarle todo el jugo político a la muerte del pequeño. No han respetado ni el luto, ni la sobrehumana entereza de la madre del chico pidiendo paz. El olor de la sangre es demasiado irresistible para los carroñeros… Han condenado a la detenida no sólo por los hechos que la incriminan, también por ser inmigrante y negra.  Y han condenado a la izquierda por señalar el racismo de algunos inquisidores. Jiménez Losantos y otros conspicuos cavernícolas han condenado incluso al feminismo porque dicen que este crimen demuestra que las mujeres matan tanto como los hombres. Las cifras les desmienten, pero no les importa mentir. Que la realidad no te estropee un salivazo”. No se critica el qué, sino el cómo. En determinadas cadenas vuelve a estar en entredicho la manera de informar de algunos programas. E interviene la FAPE, mediante un comunicado para apelar al respeto y a la ética en la cobertura informativa y alertar de los medios que buscan audiencia “a cualquier precio” con Gabriel. La federación de periodistas critica “el sensacionalismo, el morbo o la difusión de imágenes que nada aportan a la información”…

“Gracias a mi hijo –advierte Patricia Ramírez, la admirable madre coraje de Gabriel– se ha generado un movimiento muy bonito. Me gustaría que continuara. Están apareciendo muchos mensajes pidiendo muerte o maldad. Entiendo que estas personas tienen la misma rabia que yo dentro, pero que lo usen para pedir bondad en el mundo”. Es lo menos que podemos hacer por ambos. Tenemos que evitar que las pirañas se coman al pescaíto. Daniel Serrano nos recuerda en Público una fábula conocida. “El escorpión estaba en la orilla del turbulento río y pidió a la rana que le cruzase al otro lado. La rana explicó: ‘No lo haré. Una vez te subas en mi lomo, me clavarás tu aguijón’. A lo cual el escorpión replicó: ‘Eso es absurdo porque, si te clavo mi aguijón, morirás y nos hundiremos ambos y ambos pereceremos ahogados’. La rana confió en el escorpión y comenzó a cruzar el río con el mortífero artrópodo encima. Todo iba bien pero, en mitad del río, en lo más convulso de la corriente, el escorpión clavó su aguijón a la rana que, mientras se hundía en las aguas, preguntó: ‘¿Por qué lo has hecho? Ahora moriremos los dos’. Y el escorpión respondió: ‘No lo puedo evitar, está en mi naturaleza’.

“El periodismo de sucesos en televisión –insiste Serrano–  es como el escorpión y la rana de la fábula. No puede evitar clavar su aguijón en lo más hondo y estos días, con el caso Gabriel, ha vuelto a inmolarse en una ceremonia de confusión, horror y demagogia que ha recordado aquel traumático asesinato en Alcàsser que tanto espantó a los telespectadores hace muchos años. Primero fue la presencia permanente ante los focos de unos padres destrozados por la pérdida a los que nadie aconsejó resguardarse. Después, la profusión de informaciones dudosas (cuando no bulos). Más tarde, llegó el terrible hallazgo del cadáver de Gabriel y la retransmisión en directo, esa misma tarde, de cómo una turba de niños y adolescentes pedían pena de muerte para la detenida. Y las lágrimas de los reporteros y las fotografías repetidas de la presunta culpable y el crío y las especulaciones de todo tipo…

“Es como si los periodistas sufriéramos una especie de síndrome de Tourette que nos hiciera imposible todo tipo de contención. Y creo que, sí, se puede hacer información de sucesos en televisión con decencia y conozco a compañeras y compañeros que así lo han hecho pero esta vez, la verdad, son minoría. Se ha repetido, como si no hubiéramos aprendido nada, aquella noche espantosa en la que Nieves Herrero, en ‘riguroso directo’, comunicó a las familias de las niñas de Alcàsser que habían aparecido sus cadáveres y dejó a la masa lógicamente consternada, enfurecida y con legítimos deseos de venganza el control del discurso ante las cámaras.

“Pero, tal vez, no haya remedio. Como el escorpión. ‘Somos así, está en nuestra naturaleza’ explicamos mientras nos hundimos en lo más hondo del tumultuoso río”.

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